27.11.11

Notas sobre "Oda a la cebolla", de Pablo Neruda

Cebolla

luminosa redoma,
pétalo a pétalo
se formó tu hermosura,
escamas de cristal te acrecentaron
y en el secreto de la tierra oscura
se redondeó tu vientre de rocío.

Bajo la tierra
fue el milagro
y cuando apareció
tu torpe tallo verde,
y nacieron
tus hojas como espadas en el huerto,
la tierra acumuló su poderío
mostrando tu desnuda transparencia,
y como en Afrodita el mar remoto
duplicó la magnolia
levantando sus senos,
la tierra
así te hizo,
cebolla,
clara como un planeta,
y destinada
a relucir,
constelación constante,
redonda rosa de agua,
sobre
la mesa
de las pobres gentes.

Generosa
deshaces
tu globo de frescura
en la consumación
ferviente de la olla,
y el jirón de cristal
al calor encendido del aceite
se transforma en rizada pluma de oro.

También recordaré cómo fecunda
tu influencia el amor de la ensalada
y parece que el cielo contribuye
dándote fina forma de granizo
a celebrar tu claridad picada
sobre los hemisferios de un tomate.

Pero al alcance
de las manos del pueblo,
regada con aceite,
espolvoreada
con un poco de sal,
matas el hambre
del jornalero en el duro camino.
Estrella de los pobres,
hada madrina
envuelta en delicado
papel, sales del suelo,
eterna, intacta, pura
como semilla de astro,
y al cortarte
el cuchillo en la cocina
sube la única lágrima
sin pena.
Nos hiciste llorar sin afligirnos.

Yo cuanto existe celebré, cebolla,
pero para mí eres
más hermosa que un ave
de plumas cegadoras,
eres para mis ojos
globo celeste, copa de platino,
baile inmóvil
de anémona nevada
y vive la fragancia de la tierra
en tu naturaleza cristalina
                                             Pablo Neruda, en Odas elementales



[Por John Meza Mendoza]

Lo primero que sorprende de un poema de este corte es justamente su nombre y el objeto al cual se canta: una cebolla. No hay que sentir vergüenza al decir que provoca cierta risa, más que desconcierto. En una oda tradicional (desde Píndaro hasta los románticos y toda la tradición castellana), el objeto al cual se canta tiene un alto valor simbólico, social o sentimental: la amada, la luna, la muerte, la vida, convirtiéndose en un canto laudatorio y en un homenaje mediante el cual el poeta expresa su sensibilidad respecto al objeto, figurado o abstracto: amistad, amor, naturaleza, etc. ¿Pero una cebolla? Ciertamente, el hecho de cantar a los objetos más simples de la naturaleza debe ser comprendido en el marco de una poética que Pablo Neruda desarrolla durante toda su obra y que alcanza su punto más elaborado en los poemarios Odas elementales (1952) y Nuevas odas elementales (1954). Neruda se aleja deliberadamente de una poética en la cual se canta desde la subjetividad y la expresión de un poeta lírico aislado en su torre de marfil. Por el contrario, al reconocer en la simpleza de la naturaleza una fuerza poética, propone habitar el mundo de una manera, si se quiere, más objetual y por lo tanto natural. En su testamento estético, “Sobre una poesía sin purezas”, declara:


Es muy conveniente […] observar profundamente los objetos en descanso […]. De ellos se desprende el contacto con el hombre y de la tierra como una lección para el torturado poeta lírico.
   Una poesía impura como traje, como un cuerpo, con manchas de nutrición, y actitudes vergonzosas, con arrugas, observaciones, sueños, vigilia, profecías, declaraciones de amor y de odio […] sin excluir deliberadamente nada, sin aceptar deliberadamente nada, la entrada en la profundidad de las cosas en un acto de arrebatado amor. […]. Quien huye del mal gusto cae en el hielo. (Neruda, 1938)
La poesía sin purezas, de la cual “Oda a la cebolla” hace parte, se encuentra en otro registro, muy diferente de los primeros poemarios de Neruda o de sus poemas explícitamente militantes, como los de Canto general o los poemas tempranos de Veinte poemas de amor y una canción desesperada. Aquí los objetos reemplazan el lugar de la subjetividad humana, son utilizados para exaltarse en sí mismos y no son solamente cosas que están en el mundo para compararse: tienen vida propia. La cebolla nace gracias a la tierra que “acumuló su poderío / mostrando tu desnuda transparencia, / y como en Afrodita / el mar remoto / duplicó la magnolia”. En este verso, por ejemplo, la cosa comparada es la cebolla, y no la diosa; esta pasa a ser la cosa con la que se compara, rebajándola un poco de sus estatus divino.

Neruda explora entonces esas posibilidades poéticas de la cebolla, sus sentidos sociales y poéticos en la historia. La cebolla es de los alimentos más básicos para la mesa, y con frecuencia se asocia a los pobres y a su pobre cena. Pero acá la pobreza pasa a significar tal vez la esencialidad, en la medida en que la cebolla y su simpleza “al alcance / de las manos del pueblo, / regada con aceite, / espolvoreada / con un poco de sal, / matas el hambre / del jornalero en el duro camino”. La cebolla en el poema es a menudo comparada con las estrellas y con el Sol (“como semilla de astro”), pero también está fuertemente vinculada con la tierra, de manera que, en cierta medida, la cebolla es un epítome del cosmos que es llevado a la mesa para servir con su riqueza simbólica: nutrientes de la tierra, luz y energía de los astros [1].

La relación entre el yo lírico (que habla desde un hipotético nosotros) y la cebolla es íntima y profunda, y el acto de servir la mesa o preparar una ensalada cobra tal importancia, que el poeta puede liberarse de su peso y de los problemas del mundo, una reacción importante frente a los objetos del mundo si se considera que en otros poemas del mismo Neruda la experiencia del yo poético en el mundo es de hostilidad y aprehensión. Mientras que en un poema como “Walking Around” el yo lírico menciona: “El olor de las peluquerías me hace llorar a gritos. // Sólo quiero un descanso de piedras o de lana”, en “Oda a la cebolla” pareciera encontrar ese descanso en un objeto natural: “y al cortarte / el cuchillo en la cocina / sube la única lágrima /sin pena. / Nos hiciste llorar sin afligirnos”. Neruda da a entender que esta experiencia es vital en la medida en que el “torturado poeta lírico” se libera de la aprehensión mediante el llanto sin aflicción, un llanto puro y natural, casi esencial.

De esta manera, hay un desplazamiento de una poesía intelectualista, hermética, de expresión del yo, hacia una poesía popular, cotidiana, donde el poeta es el portavoz del pueblo en varios niveles. Lo natural le sirve para abrirse al mundo, para habitar lo más elemental, lo popular, la comida de los pobres, el banquete popular en el que se expresa la corporalidad, lo grotesco que es liberado de las formas elevadas de la comida. Por otro lado, la noción de “elementalidad” de las Odas elementales no implica una simplicidad o una desazón, algo corriente y poco elaborado, sino que refiere a la ritualidad elemental en los ciclos de la tierra, un llamado a comprender el comprender el culto primigenio. El poeta ya no es el profeta de la palabra y la esencia divina (postulado en autores como Shelley), sino un sacerdote pagano de la naturaleza, el oficiante de un rito que es la cena misma.

De hecho, existen interpretaciones del tema de la comida en la obra de Neruda que lo vinculan con un culto popular (el banquete medieval en Bajtín) y con una reivindicación, a través de la comida popular, de una identidad latinoamericana basada en la simpleza y en el compartir una comida sencilla, opuesta a la elaborada y artificial mesa burguesa. Así lo expone Victoria L. Mc Card (1997) en su ensayo “El banquete nerudiano”:

Versos como “y en el secreto de la tierra oscura / se redondeó tu vientre de rocío” y “la tierra acumuló su poderío / mostrando tu desnuda transparencia”, por su empleo de imágenes fisiológicas, subrayan la naturaleza corporal de nuestra “luminosa redoma”. Esta identificación con el reino inferior se enfatiza aún más por la inclusión de “el pueblo” y “los pobres”, los seres que históricamente han contado con la cebolla para sustentarse.

   Una vez investidos de autoridad poética, hay que trazar el destino del tomate, de la cebolla y de la alcachofa. Es un destino común. La vida de cada uno va a terminar en la mesa del banquete latinoamericano. El tomate “llena las ensaladas de Chile”; la cebolla está “destinada / a relucir / ... sobre / la mesa / de las pobres gentes” y la alcachofa se sacrifica en la cocina donde “María” “la sumerge en la olla”.
Por último, se podría agregar que el poema mismo propone un ejercicio de interpretación en la cual los objetos adquieren nuevas significaciones, o gracias a la historia a su invitan a escudriñar otras posibilidades de sentido. En este sentido, el poema mismo es una cebolla que se va pelando en el cual aparecen cada vez más capas de sentido, a menudo agrio y que nos hace, con frecuencia, llorar.

Notas:

[1]. La cebolla también funciona como una imagen de los ciclos de la naturaleza y la complementariedad del cultivo y la reproducción, ya que es una planta de ciclos anuales: “En el primer año de cultivo tiene lugar la “bulbificación” o formación del bulbo, mientras que el segundo año se produce la emisión del “escapo floral” o fase reproductiva”. No es gratuito, por otro lado, que Neruda relacione la forma de la cebolla a la del Sol, puesto que “la bulbificación tiene lugar como consecuencia de un aumento del fotoperiodo (periodo de iluminación diurna) acompañado de un ascenso de las temperaturas, ya que la cebolla es una planta de día largo”. Ver http://es.wikipedia.org/wiki/Allium_cepa, consultado en octubre de 2011.

Referencias:

Mc Card, Victoria. 1997. “El banquete nerudiano”, en Literatura y Lingüística, n.°10. doi: 10.4067/S0716-58111997001000001.

Neruda, Pablo. 2011. “Oda a la cebolla”. Disponible en http://www.eldigoras.com/eom03/2004/2/30neruda1918.htm, consultado en octubre de 2011.

Neruda, Pablo. 1938. “Sobre una poesía sin purezas”, Caballo verde para la poesía, l, octubre de 1935, p. 5. Edición facsímil en 1974. Disponible en http://artespoeticas.librodenotas.com/artes/686/una-poesia-sin-pureza-1938, consultado en octubre de 2011.

Neruda, Pablo. 2011. “Walking Around”. Disponible en http://des.emory.edu/mfp/walkingaround2.html, consultado en octubre de 2011.

Enlaces:

Jorge Drexler musicaliza “Oda al tomate”, también escrito por Neruda.

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