22.8.08

Tiempo progresivo


El abandono total y siniestro de todo lo que tiene un sitio, así se inician los descubrimientos que están más allá, ese otro lado al que tanto tememos, ese que yo voy a cruzar.

Alejandro Rippe


Lo único que intentaba era disfrazar sus anhelos bajo intenciones propagadas en el recuerdo del interior de un respiro, o bajo el paso siguiente al azar.
Mientras cruzaba la calle hacia la vitrina de una tienda cerrada, pisó varios charcos (¿deliberadamente?) y pensó que sus botas no iban a secarse para la mañana siguiente. La luz del poste unos metros más arriba era el signo que apuntaba a un seguir-allí, en la mortalidad cotidiana debido a alguna razón, que por lo pronto, mientras contemplaba la vitrina bajo la lluvia y se cercioraba del frío en la madrugada, no quería recordar.
Cuando se hubo alejado del centro, tuvo que hacer un esfuerzo más para no pensar en las escalinatas que conectaban la montaña con su casa y la hacía complicada, extraña y ajena, como las montañas rusas de los parques de diversiones. Sólo entonces tuvo la certeza de haber cumplido su ritual nocturno, tuvo la certeza de haber vuelto a la realidad. Miró su bolsillo izquierdo sin mucha esperanza de encontrar más que las sobras de la miseria. Novecientos pesos. (No sabía si era un de-javoo colectivo de cada noche que le hacía comenzar antes el día siguiente con el pie contrario)
Aún si hubiera tenido a alguien más por quien luchar y no desistir de la vida, la banalidad de sus actos (y de sus testigos) habría embotado su cuerpo y su cabeza (y aunque no estaba seguro de si también su mente) hacia la rutina que ya a nadie, ni si quiera en los libros, asombraría. Tal vez si hubiera sido tan soberbio como influenciable no estaría allí, subiendo la escalera. Pero estaba, y por lo pronto seguiría estando a menos que algo [que nadie quería provocar] ocurriese de repente en su nocturno vivir.
De no ser por el barullo en la mesa del comedor del apartamento vecino, no hubiera interrumpido la marcha ritual hacia el lavaplatos, ni la mirada inspeccionante a su alrededor para comprobar que todo [excepto él] seguía como antes, y no peor. Recordó que su vecino le debía dinero, unos diez mil pesos. Sería suficiente. Golpea la puerta con la intención de no ser oído, y el silencio (demasiado esporádico y profundo para ser verdadero) es su respuesta. A decir verdad, no espera otra. No espera nada. lo poco que lo trae de nuevo al plano de la conciencia es la materialidad del dolor de sus piernas y de la masa que se conforma uniforme por botas, (agujeros, agua, cordones, manchas) pies (fetidez, carne, sangre, hueso) y piso (barro, frío, espera)

La puerta se abre después de no sabe cuánto. Una cara rígida, una mano con dinero, una voz que no agradece. De todas maneras la situación no está como para agradecimientos ni modestias. Va de regreso a la escalera, al mundo que le propone un descenso con cada respiro y con cada paso hacia la penumbra.
En la cocina no hay nada. Habría restos de comida en caso de que hubiera dónde servirlos y viceversa. Si tuviera en este caso a alguien más para sostener una preocupación mutua, si eso pasara no estaría cerrando los ojos, agitando los brazos, reprochándole a la figura inmóvil e inútil por la que intentaba trabajar la estupidez, la invalidez mientras le daba golpecitos de indulgencia al control de la tele, que ya hace dos años no sintoniza bien. Si te levantaras –dice- en contra de ti mismo y de todos los pronósticos para atisbar la miseria en la que vivís, viejo, en la desesperación que me ponés, en el ruego de cada tarde para que el comprador me de otra moneda de propina, y a ver si le digo, (y acepta) al de la farmacia que me deje en un poco menos el medicamento, a ver si se me secan estas botas y me sale algún trabajo para mañana [que no le sirva a nadie] y a ver si tengo el valor para cerrar mis ojos y ver contra mis párpados algo más que el trasluz de esta día que ya pasó y la noche que llega.

Media Luna


Hay media luna. Sin embargo no hay sombras alargadas sobre el asfalto que aceleren mi paso. En todos estos días he salido a caminar tarde en la noche, y al contrario de lo que podría pensarse, la oscuridad trae consigo cierta luminosidad oculta a la ciudad. Una vez el movimiento del día cesa y se recoge para descansar -pues tiene mucho ruido por hacer al día siguiente- un mundo se esconde para quien quiera encontrarlo. Cuando había luna llena, en cambio, se alborotaba un poco más e inundaba de ruido hasta la noche más tropezada de bohemios rojos y negros. Hoy, que se ha menguado su tamaño, la luna vuelve a ser la cama del cielo donde puede descansarse y sólo la interrumpe en su sueño una putita en la quince. Digo putita porque es pequeñita, con unas teticas minúsculas. Quizá por eso es la única que queda. Pasé hace rato y me miró provocadora. Qué pesar que no tuviera plata, no para tirármela, no, de ninguna manera, sino para poder hablar con ella. Siempre he querido hacer eso: Pagarle y pasar por encima de ella con la dignidad de no desearla, o no desearla precisamente en el sentido habitual. Hablarle, escucharla, preguntarle, dejar que llore o que se ría de su oficio.
Ya es de madrugada. Ayer mismo vi un prepago en el bar donde trabajo. Lo traigo a colación porque la putita me sigue mirando con ese pesar de no poder conseguir cliente, que a lo mejor representa el pan (literalmente) de cada día. La putita me mira y me acuerda del tipo del bar, casi peleado por los clientes, despojado de la vergüenza de pedir que lo miren, como la putita, y en cambio revestido de importancia, de belleza, de clase. El tipo salió en un comercial, y por ahí dicen que el marido –que todo el mundo lo menta pero que yo por ahora no he visto- le mandó operarla nariz, le mandó diseñar la sonrisa, le habían liposuccionado aquí, le habían subido la grasa por allá, y quién sabe cuántas pendejadas más. (Lo de quién sabe es retórico porque todos se sabían recitar las operaciones que se había hecho el prepago, sólo que yo no tengo ni memoria ni ganass para aprenderme tantas plastias)
Contrastaban esos dos. Uno exhibiendo su recubrimiento para vender su clase, su belleza, su prestigio mientras ella entre más desnuda, y casi salvaje pareciera mejor. Él divirtiéndose, aplaudido. Ella en cambio miserable, mendiga de miradas y de dinero.
La luna, sin embargo, los arrulla a los dos (quizá en la misma cama, pero en diferente noche) y los dos la alucinan en cada polvo, en cada cielo que fingen para complacer. Hay media luna, pero las cosas están calmadas y siguen su curso. Ella y él, por métodos diferentes terminarán en la alucinación de la media luna que los arrulló mientras trabajaban en el silencioso ruido de la noche.

El sosiego



Hay que reconocer,
que me muevo entre la desesperación y la demencia;
por debajo del signo y por el lado de la belleza.
Que hay un yo calmo y tranquilo que no logra reconciliarse con la calma ni el sosiego,
y que por eso busca la inexperiencia,
lo inestable al borde de la clemencia ajena.

Constantemente aparece en sueños, la imagen...
pero llega el temblor, que la agita y la dispersa...
le da un lugar dónde alojarse,
mientras mi ausencia la encuentra.

Al mismo tiempo se busca y se ausenta:
La imagen se nombra, sólo para dar la vuelta.
Y ahí estoy yo [¿Sólo?]
Y la imagen se vayviene...
cuando parecía muerta.

La imagen trae consigo la prueba de la esperanza,
y por eso mismo la ahuyenta.
Se hace, se dice: se tensa.
Se hace tangible, se dice clara, [se pierde, se yerta]

Voy moviéndome por esta tierra adversa,
vengo de sentirla, luego vuelvo a perderla.
Tengo la certeza de que su cuerpo no juega:
tengo motivos, pierdo la fuerza.

La busco y la reniego,
me hace darme cuenta de que no andaba a tientas:
que el reposo y el descanso sólo preceden la ausencia.

¡La encuentro por fin!: la nombro, la trazo,
le tiendo mi mano abierta.
La pronuncio, la encasillo,
y va perdiendo
poco a poco
luminiscencia.

Le ruego, le digo, y la desdigo,
Me arrepiento de la franqueza,
De la razón, del acierto...
Y me pierdo de su naturaleza [incierta].

Incertidumbre de octubre de 2007


No sé si es tu nombre rondando cada silencio,
Cada palabra consumida en los labios antes de ser pronunciada,
Cada negación [negada] de tu [p]arte
O no sé si soy yo y la plurisignificación.