8.1.12

Algunas notas sobre la genealogía de un servidor, a propósito del libro ·El árbol imaginado· (2010)

Vuelvo a Colombia con unas ganas inmensas --un chingo de ganas-- de conocer tantico mi pasado y mi país. Es de veras lamentable que tenga que quejarme por la falta de publicaciones históricas y culturales en Colombia, comparado con México, y que me dé una envidia agotadora ver que casi todo mexicano, para bien o para mal, sabe mucho de su cultura y su historia: del gran pasado de los Mayas, Aztecas y Mexicas, del movimiento insurgente, de la Independencia, de la Revolución, del movimiento zapatista, de los gobiernos de ahí pa acá (los buenos, los malos y los feos).

Sin embargo, el año antepasado, el gran año de los centenarios también en Colombia, se publicó una serie de libros titulada Biblioteca Libanense de Cultura. Sí, Libanense y no Libanesa, porque es la biblioteca de El Líbano, Tolima. El número 25 de la colección es El árbol imaginado, de Carlos Flaminio Rivera, un libro que me prestó con mucho cariño mi queridísimo Andresito Roldan. El libro me causa mucho interés porque es escrito por un libanense, como mi papá, y porque su trama se desarrolla en Honda y Santafé, hasta ahora (aunque no lo he terminado, ya quiero escribir muchas cosas sobre él, sobre todo su idea de historia en relación con las plantas y la naturaleza, que lo vincularía con Hegel, Hawthorne y Atwood, por ejemplo). Es una novela histórica, con todos los problemas que esto implica, y se presenta como una novela "en conmemoración del bicentenario de la Independencia". Es curioso que aparezca conmemoración, y no celebración.

"Iglesia y cedros de El Líbano, Tolima"

En medio de la Expedición Botánica de Don José Celestino Mutis, se fragua el movimiento independentista en un thriller que involucra asesinatos, conspiraciones, referencias a Don Antonio Nariño y su imprenta, a Manuel del Socorro Rodríguez, etc. Mi padre era libanense, y mi abuelo probablemente libanés del mero Líbano, allá en Asia. Tengo entonces la oportunidad de confrontar cositas varias (en este asunto de pensarme la Historia, la novela histórica, la subjetividad del discurso histórico, los relatos populares o tradicionales, etcétera). Una de los detalles más interesantes es el relato de la fundación casi epifánica y predestinada de El Líbano, una historia en consonancia con el espíritu mesiánico de la región cultural y económica paisa a la que pertenece, a pesar de estar geográficamente ubicado en el Tolima:

En ese entocnes había el rumor de un valle de cedros en el interior del Nuevo Reino de Granada, lugar que estaba en las laderas de una gran montaña blanca y lo rodeaban dos ríos. Casi nadie sabía del él porque lo guardaban altísimas montañas muy verdes y productivas. [...] Y así [...] el jesuita me dio las señas de ubicación del paraíso y enviándome al sagrado valle de grandeza y esplendor bendito, que encontré gracias al boca de muchos otros inspirados, bajo una montaña muy blanca que se hallaba al poniente de la ciudad de Santafé. En la provincia de los Mineimas. [...] El francés vino a las faldas de la Sierra Nevada (el Nevado del Ruíz), llena de cedros, que él llamó El Líbano. [...] Nada hay más cierto que las almas encarceladas [por el pecado] sean las de estos naturales [de El Líbano], prestas a estar de nuevo al servicio de Dios, pues estas tierras son las mejores que puedan haber bajo sus ojos gloriosos, y que no puede existir otra mejor madera para la construcción del Arca de Noé y del Templo, que la de este valle con el cual usted ahora construye sus champanes.
Gracioso, pues. Mi papá tenía otra historia para la fundación de El Líbano --recuerdo que hacía mucho énfasis en decir "EL-Líbano", y no llegar a decir "del Líbano"--. Esta historia nada tenía que ver con paraísos terrenales ni con el Día del Juicio (¡en semejante frío!), sino con una primera inmigración árabe a Colombia. Bien mirada, la historia de mi papá y el bautizo de El Líbano como un acto nostálgico de los libaneses blancos y católicos no es tan verídica. El Líbano y su nombre, como asentamiento, datan del siglo XVIII, y fue recolonizado por mis amigos los paisas en 1886 (de ahí que sean paisas, godos y cafeteros).

Como todo en la historia (quisiera poder escribir storia en español), los relatos se mezclaron, ya que efectivamente algunas familias árabes --entre las que se encontraría la de mi abuelo paterno, el segundo esposo de Doña Adelaida Ortegón-- llegaron al norte del Tolima en los dieces del siglo pasado, primero por el Cesar y los Santaderes, luego por Antioquia. Estas familias trajeron su cultura mercantil --que va muy bien con el expansionismo paisa-- y, sobre todo, sus telas multicolores. De ahí, en resumen, me quedó un papá más paisa que los frijoles (sí, mi papá decía frijoles, como acá en México, y no fríjoles, como en Santafé) y unas historias que me vinculan de una u otra manera con el Líbano y con los cedros.


No conozco El Líbano, el pueblo de mi papá. Seguramente porque mi mamá habla muy mal del tiempo en el que vivieron allá, o más exactamente, cuando ella y mis cuatro hermanos mayores vivieron, porque mi papá viajaba entre semana a Santafé a trabajar, mientras ella tenía que lidiar con los cuatro guámbitos. Los fines de semana mi papá tomaba algunas cervezas (nunca fue un borracho) y jugaba póker o parqués en la única cantina del pueblo, y por eso no es que hubiera lo que se llama vida familiar. Tampoco he ido ya de grandecito porque es una zona guerrillera, y como queda en el monte monte, lo que alguna vez fue la promesa de arcas de Noé ahora es un territorio harto devastado por la violencia, y aún peor, por el miedo. De hecho, El Líbano queda en la misma zona de Mariquita, en la que surguieron las FARC y los primeros alzamientos de el Mono Jojói.

Espero dejar el miedo, dejar mis miedos e ir a ver los cedros americanos, que no se dan en la orilla del Mediterráneo, sino en la espesura del monte, en las laderas del Ruíz, que tampoco conozco (bueno, en las afueras de Ibagué mi abuelita Eudora tenía una hacienda y podíamos subir con mis primos por las laderas del Ruiz, pero eran bien secas y parecía más bien un desierto con uno que otro brote huérfano de frailejón; por supuesto, no llegábamos muy arriba). Espero terminar el libro y escribir sobre él, me parece que vale mucho la pena su (de)construcción de la Historia, y que eso nos hace mucha falta a los colombianos