De las formas jurídicas del amor
El amor es un
contrato. Eso fue lo primero que nos dijimos cuando nos conocimos. Bueno, no fue
exactamente en ese momento cuando nos conocimos. ¿Pero cómo se puede saber
exactamente cuándo? Los principios y los finales son imprecisos, como una
planta que brota poco a poco y germina. Nunca sabemos de la palabra “fin”,
aunque la digamos con firmeza. Por eso necesitamos rituales, tiempos
establecidos y claros. Sería una anarquía, pero en el fondo sabemos que no
puede ser de otra manera. El tiempo no viene dividido en horas, días, semanas,
meses. El tiempo es más un fluido que una línea, es más una dimensión. Todo eso
lo he aprendido por experiencia y gracias a las palabras de una de mis
escritoras favoritas. Por eso cortamos el tiempo, es abrumante. No soportamos
tanto tiempo de todo, no aguantamos el flujo continuo de la totalidad. Y nos
mesuramos. Así, damos comienzos y fines sin ningún otro parámetro que nuestro
antojo, pero lo llamamos contrato. Las partes acuerdan que en este momento
comienza. ¿Qué? ¿Por qué? ¿Cuáles son las partes? ¿Cuál es el objeto a
contratar? ¿Los beneficios, el capital? El léxico jurídico del amor está por
inventar. Y ese objeto indeterminado, el amor que no se satisface a sí mismo y
mendiga, el hijo de la pobreza y del recurso, no se ha formado todavía. Está en
el vientre de su madre, recibiendo y complaciéndose, constantemente alistándose
para nacer, siempre a punto, siempre llegando, siempre saliendo. Nunca termina,
se transforma, cambia de parecer. No sabe qué atuendo ponerse para salir al
mundo, no sabe cómo será recibido. Sabe que es pobre, que cuando salga al mundo
será un lazarillo bebiendo y comiendo de las sobras de sus amos venidos a
menos. También sabe que será juzgado. Será un objeto de valoración. No será
visto como un ser hijo de la astucia y de la mendicidad, sino como un objeto de
contrato. Un valor de cambio, que no reside en sí mismo. El valor del amor está
fuera del amor, en el mundo; su utilidad no está en sí mismo. En las partes que
contratan.
No acordamos
nada, finalmente. Él se fue cuando llegó un amigo para que lo acompañara al
banco. Tomamos un tinto nada más. No fumamos, hasta donde recuerdo.
De cómo cocinar arroz con pollo
Ahora fumo más y
cocino poco. No sé qué preparar y la nevera está vacía. Eventualmente vendrán
los motivos y las personas para cocinar. Comenzamos —¿cuándo?— a salir. Es
decir, ¿estamos saliendo? ¿no? Tenemos un contrato verbal no firmado, no dicho.
Un contrato de acciones no establecidas que fueron formando una enumeración
épica, más que el catálogo de las naves de la Guerra de Troya. Salir a un
karaoke. Cantar “Wanna be”. Hablar en inglés, francés, alemán, hablar la lengua
de la acción. Cocinar un arroz con pollo. No lo diré y no lo afirmaré en
público, pero es un arroz con pollo más rico que el de mi mamá. La sintaxis de
la cocina, como la del amor, está por escribirse. Fue una acción que tocó la
lengua, no la de la palabra, sino la del paladar.
De lo visual
La poesía es un
decir que es un hacer. Y el hacer… siempre es una especie de decir, ¿no?
Nótense todas estas dilaciones de la seguridad. ¿Estamos haciendo, no? ¿Hay que
decirlo, no? “¿Quién dijo que el romanticismo es devolver la palabra?” El amor
es un decir, un hacer, un callar. Hay un silencio visual, que no dice: ver
videos, ver fotografías, compartir lo simple, lo inesencial. Y aunque no se
necesite la palabra, ahí está el acuerdo verbal que yace en el silencio. ¿Y las
acciones? ¿Y las palabras? Fueron desapareciendo, o transformándose. El objeto
del contrato no decía, no hacía. El aquí y el ahora se vaciaron, y vino el
recuerdo. El tiempo, la indeterminación. “Antes…”. “Después…”.
Como agua caliente para el café
Un tintico, eso
fue. Una manera para decir figuradamente (es decir, sin decirlo) “vive el ahora”.
Para quien no lo sepa, un tinto para un colombiano es mucho más que una bebida
que se disfruta, pero al mismo tiempo no es mucho más que eso. Está allí como
el momento especial, que acompaña los otros momentos con un buen sabor. El agua
se calienta en una tetera que ahora también está en sus escritos. En la novela
que él escribe, está de cierto modo la cocina. Un agua que pasa una y otra vez,
se calienta. La tetera se vacía y se llena una y otra vez. Un ritual de la
repetición, del cambio. Porque el agua no es la misma, a pesar de que el
tintico quede con el mismo sabor. A falta de un río en dónde bañar su
experiencia dialéctica, el hombre de la ciudad usa la tetera para confirmar que
uno no se toma dos veces el agua del mismo tinto.
El río de los recuerdos
El agua pasa por
el propio cuerpo y la vida. Algo va quedando, una lista interminable, que
agradezco. La comida, los momentos de risa, los juegos con el gato, los
silencios, los intentos de hablar, las charlas, la comprensión del otro, el
conocimiento [y el olvido] del pasado. Ver series, deleitarse en la pereza, en
la comida. Contar chistes, ver videos. Y sin embargo, sentir que no era
suficiente. Que iba a haber siempre algo más, más allá. Forzar las palabras,
los momentos… esta lista misma, el río de los recuerdos, que provoca una inundación.
El agua del tinto pasa por uno mismo, por la tetera del cuerpo. Una metáfora
barata, sin duda. Pero así se siente, una ebullición de
acciones-palabras-comidas que estallan en sí mismas y luego se enfrían, como el
tintico.
Del espacio imaginado
El espacio
compartido no es sino una ficción, que funciona a pesar de ser solo una
fantasía. Y queda allí un fantasma que habita de cierta manera. El fantasma,
espero, se irá. No es justo tratar a una persona y mantenerla como un pasado
revivido. No es justo con uno mismo. No es justo con su propio espacio, con su
propia comida. No es justo con su propia cama. No es una muerte, no es atarse
al mundo de los vivos como una posibilidad. Él quedará de alguna manera, por
algún tiempo. Tomaremos otros tintos, con otros aromas. O tal vez no. Es lindo
imaginarlo. Habrá que cerrar los ojos e imaginar. O solo un ojo, ver la vida
como es y al mismo tiempo como se quiere.
Los idiomas de eros
Eros, ¿en qué
idioma habla? Varios libros se preguntan en qué lengua se hace el amor. En la
cama logré hablar con el silencio, callar todos los miedos, dejar el pasado,
los temores. Silenciar la mente y ser solo cuerpo. Por eso dice una amiga que
el único proyecto que puedes lograr con alguien es el sexual. Uno puede hablar
por uno mismo, aquí no hay figuraciones del otro. Hay placer. Aquí las
metáforas y las interpretaciones sobran. Aquí la palabra viene como viene:
entrega.
Del amor en las formas
jurídicas
¿Cómo termina el
contrato? ¿En realidad termina o cambian los términos? Mi amiga, la de los
proyectos sexuales, preguntó si los finales eran en realidad nuevos comienzos.
No hay una cronología definitiva del fin de los contratos ni del amor.