“Word-Music”: Borges y
Yo, (Shakespeare)
[Segunda fuga]
[Fragmento]
Si
para Borges el acercamiento al idioma alemán se dio de una manera artificial,
con el inglés tuvo una relación filial sin conflictos, ya que una de las ramas
de su familia era inglesa, concretamente su abuela Frances Haslam. Sin embargo,
la primera asociación con el idioma de la reina a partir de “Otro poema de los
dones” reside en la expresión “música verbal”, que proviene, no directamente de
Shakespeare, sino de una crítica al culto excesivo a lo shakesperiano hecha por
Bernard Shaw. El escritor irlandés acuñó el término “bardolatry”, o “bardolatría”
para referirse a «la excesiva adulación a William Shakespeare, una combinación
de “bardo” e “idolatría”. Shakespeare fue conocido como “El Bardo” desde el
siglo xix. Aquel que idealiza a
Shakespeare es conocido como un bardólatra. [Bernard Shaw] inequívocamente
postuló que Shakespeare era un gran poeta, incluso llamándolo alguna vez “un
gran autor”, y apreció su uso de lo que llamó “música-verbal” [word-music]».[1] La
figura de Shakespeare aparece entonces en esta especie de metáfora de la
poesía. Y digo especie de metáfora porque Borges, siguiendo a Shaw, no se
refería a toda la poesía ni a la literatura en general, sino a una
característica específica de la misma: la musicalidad de la palabra, el aspecto
más innegable y mejor logrado, según Shaw, de la literatura de Shakespeare.
Sólo por metonimia la música verbal se refiere a la poesía en general.
Borges dedicó varios escritos a la
figura de Shakespeare, como “Tema del traidor y el héroe”, “Shakespeare y las
unidades”, “El destino de Shakespeare” y “La memoria de Shakespeare”. En éste
último, un exégeta gemano-británico de la obra de Shakespeare recibe de uno de
sus colegas la memoria del autor de Romeo
y Julieta. El texto comienza: “Hay devotos de Goethe, de las Eddas y del tardío Cantar de los Nibelungos; Shakespeare ha sido mi destino” (Borges,
1983). A lo largo de la narración se dan diversas alusiones al idioma alemán
(otra posible relación de las dos músicas verbales, la inglesa y la alemana), y
llama la atención que se refiera a Goethe, a quien se considera uno de los
mejores exponentes de la lengua alemana, y que luego se refiera a las Eddas y al Cantar de los Nibelungos, todos ellos textos con alguna referencia
a las literaturas fundacionales de las tradiciones literarias germánicas. A
pesar de ser alemán, el destino del protagonista lo lleva a Shakespeare y, por
extensión, a la tradición inglesa. De hecho, esta especie de dupla
contradictoria que encontramos en “Otro poema de los dones” aparece expresada
al final del primer párrafo, en el que el profesor Hermann Soegel comprende
“que el inglés dispone, para su bien, de dos registros —el germánico y el
latino— en tanto que nuestro alemán, pese a su mejor música, debe limitarse a
uno solo” (Borges, 1983). La música verbal de Alemania, con todo, no puede
superar las particularidades de estos dos registros sonoros del inglés, que
serán el destino del protagonista.
Una vez el personaje adquiere la
memoria de Shakespeare, se encuentra a la espera de las revelaciones de la vida
de El Bardo, para así llegar a comprender cabalmente sus versos. Sin embargo,
esas revelaciones son de otro tipo:
Yo había postulado que las imágenes de la prodigiosa memoria serían, ante todo, visuales. Tal no fue el hecho. Días después, al afeitarme, pronuncié ante el espejo unas palabras que me extrañaron y que pertenecían, como un colega me indicó, al a, b, c, de Chaucer. Una tarde, al salir del Museo Británico, silbé una melodía muy simple que no había oído nunca. Ya habrá advertido el lector el rasgo común de esas primeras revelaciones de una memoria que era, pese al esplendor de algunas metáforas, harto más auditiva que visual. (Borges, 1983)
Una
vez más, el texto parece velarnos la mirada —como con aquella rosa de Milton—
para llamar la atención sobre un encuentro más sutil (menos ordinario) con la
literatura: una melodía silbada, una memoria “harto más auditiva que visual”[2]. El
recuerdo, pues, está cifrado en términos de lo auditivo: “Los buenos versos
imponen la lectura en voz alta; al cabo de unos días recobré sin esfuerzo las
erres ásperas y las vocales abiertas del siglo dieciséis”. Con el transcurrir
del tiempo, sus recuerdos se confunden aún más con los de Shakespeare, tanto
así que comienza a olvidar la lengua de sus padres (el alemán) y a citar versos
de Shakespeare para expresarse, quizá por ello el protagonista tiene una
especie de obsesión (que no es infrecuente en los germanistas) de citar
constantemente las expresiones alemanas para dar a entender mejor el sentido:
“Empecé a no entender las cotidianas cosas que me rodeaban (die alltagliche Umwelt)”, donde Umwelt es “El mundo circundante”, una
expresión claramente más poética que “las cosas que me rodeaban”.
La comprensión de la obra de
Shakespeare implica un encuentro casi místico con la musicalidad y la sonoridad
(con la word-music) inglesa: “Durante
una semana de curiosa felicidad, casi creí ser Shakespeare. La obra se renovó
para mí. Sé que la luna, para Shakespeare, era menos la luna que Diana y menos
Diana que esa obscura palabra que se demora: moon”. Cabe anotar que el texto nunca llega —y no quiere llegar— a
una comprensión del personaje de Shakespeare, pues Borges es fiel a la premisa
de Shaw y no quiere ser un bardólatra, es decir, sabe que el culto desmedido
por la figura del autor y su biografía, preceptos de la crítica decimonónica,
no hacen sino empobrecer la obra. Por el contrario, Shakespeare se representa
como un humano capaz de crear, más que una biografía, la música verbal:
El azar o el destino dieron a Shakespeare las triviales cosas terribles que todo hombre conoce; él supo transmutarlas en fábulas, en personajes mucho más vívidos que el hombre gris que los soñó, en versos que no dejarán caer las generaciones, en música verbal. ¿A qué destejer esa red, a qué minar la torre, a qué reducir a las módicas proporciones de una biografía documental o de una novela realista el sonido y la furia de Macbeth? (Borges, 1983)
[1] Mi traducción de “Bardolatry is a term that refers to the excessive
adulation of William
Shakespeare, a portmanteau of
“bard” and “idolatry.” Shakespeare has been known as “the Bard” since the
nineteenth century. One who idolizes Shakespeare is known as a
Bardolater. He unequivocally asserted that Shakespeare was a great poet, even
calling him “a very great author” at one point, and praised his use of what
Shaw called “word-music”. “Bardolatry”,
en Wikipedia: http://en.wikipedia.org/wiki/Bardolatry.
[2] Esto nos debería recordar,
por lo demás, la memoria auditiva que tiene el yo lírico de un importante poema
de William Wordsworth, “The Solitary Reaper”. Luego de preguntarse por el
sentido y las explicaciones del canto de una segadora escocesa, que seguramente
canta en algún idioma parecido al gaélico, el poema concluye con la certeza de
que “Cualquiera el tema, la dama cantaba/ como si su canción no tuviera final
[…] la música que mi corazón llevaba/ no se escuchó mucho después" [What`ever the theme, the Maiden sang / As if her song could have no ending [...] The Music in my heart I bore / long after it was heard no more."]
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