22.8.08

Media Luna


Hay media luna. Sin embargo no hay sombras alargadas sobre el asfalto que aceleren mi paso. En todos estos días he salido a caminar tarde en la noche, y al contrario de lo que podría pensarse, la oscuridad trae consigo cierta luminosidad oculta a la ciudad. Una vez el movimiento del día cesa y se recoge para descansar -pues tiene mucho ruido por hacer al día siguiente- un mundo se esconde para quien quiera encontrarlo. Cuando había luna llena, en cambio, se alborotaba un poco más e inundaba de ruido hasta la noche más tropezada de bohemios rojos y negros. Hoy, que se ha menguado su tamaño, la luna vuelve a ser la cama del cielo donde puede descansarse y sólo la interrumpe en su sueño una putita en la quince. Digo putita porque es pequeñita, con unas teticas minúsculas. Quizá por eso es la única que queda. Pasé hace rato y me miró provocadora. Qué pesar que no tuviera plata, no para tirármela, no, de ninguna manera, sino para poder hablar con ella. Siempre he querido hacer eso: Pagarle y pasar por encima de ella con la dignidad de no desearla, o no desearla precisamente en el sentido habitual. Hablarle, escucharla, preguntarle, dejar que llore o que se ría de su oficio.
Ya es de madrugada. Ayer mismo vi un prepago en el bar donde trabajo. Lo traigo a colación porque la putita me sigue mirando con ese pesar de no poder conseguir cliente, que a lo mejor representa el pan (literalmente) de cada día. La putita me mira y me acuerda del tipo del bar, casi peleado por los clientes, despojado de la vergüenza de pedir que lo miren, como la putita, y en cambio revestido de importancia, de belleza, de clase. El tipo salió en un comercial, y por ahí dicen que el marido –que todo el mundo lo menta pero que yo por ahora no he visto- le mandó operarla nariz, le mandó diseñar la sonrisa, le habían liposuccionado aquí, le habían subido la grasa por allá, y quién sabe cuántas pendejadas más. (Lo de quién sabe es retórico porque todos se sabían recitar las operaciones que se había hecho el prepago, sólo que yo no tengo ni memoria ni ganass para aprenderme tantas plastias)
Contrastaban esos dos. Uno exhibiendo su recubrimiento para vender su clase, su belleza, su prestigio mientras ella entre más desnuda, y casi salvaje pareciera mejor. Él divirtiéndose, aplaudido. Ella en cambio miserable, mendiga de miradas y de dinero.
La luna, sin embargo, los arrulla a los dos (quizá en la misma cama, pero en diferente noche) y los dos la alucinan en cada polvo, en cada cielo que fingen para complacer. Hay media luna, pero las cosas están calmadas y siguen su curso. Ella y él, por métodos diferentes terminarán en la alucinación de la media luna que los arrulló mientras trabajaban en el silencioso ruido de la noche.

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