Las
palabras son confusos signos de lo que alguna vez quisimos pensar.
Pero son
mudas, toda "palabra" emegergente de las letras no es sino la
mascarada de su contrario: son las "voces" de la vida aquellas que se
"silencian" en la escritura.
Y leer
en voz alta no es darle vida a la palabra, contemplar cómo nace, sino
resucitarla.
Como
siempre, un preámbulo sígnico que en realidad no quiere decir nada.
No dice
otra cosa sino su propio aplazamiento.
Esto no
es un decir, es un callar.
¿Cómo no
iba a postergar aquello que necesita tiempo, reposo, silencio?
¿Por qué
no hacerlo una vez más?
¿Qué
afán de algún dictamen?
No te
digo, no te recuerdo.
Tal vez
te escucho, como en un sueño.
Y de
allí mi miedo, mi angustia y mi sudor al dormir.
Porque
en el fondo, sabes, te sé recuerdo. Sé que eres tú y no otro el muerto que se
me sube, el que murmulla imágenes y aquel al que no puedo ver ---ni imaginar ni
recordar--- cuando despierto.
Y eres
ese sueño no visto, el sueño no soñado, el dolor que no sana solo... eres eso
que por no estar, precisamente por no estar, evidencia su presencia.
Y ahí te
veo más.
Allí te
quiero más.
Allí te
valoro y te extraño más.
Cuando
no estás.
Tal vez
no quiera amarte con esta fuerza y por eso preferiría que estuvieras, que
pudieras leer esto y decirme algo, lo que fuera.
Pero no
estás ---y no puedes---.
Por eso
te amo.
Gracias
por no estar, por no leer estas líneas, por no hacerme sentir la presión insana
de "tener" que decirle algo a "alguien", por permitirme la
libertad de no teorizar ---y de teorizar sin embargo--- sobre un hipotético
pero radicalmente nulo "nosotros".
Gracias.
Mil y un
gracias por no darle vida a mis palabras.
Por
dejarlas frías, tontas y sordas ante sí mismas.
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