15.1.14

"Teníamos las narices a tan  poca distancia que pensé que con un leve movimiento podíamos rozarlas. Pero los más impresionante eran los ojos. Mis ojos, los suyos. Mis ojos en los de él. Sus ojos tenían mi cara dentro. 'Te quiero', me dijo. Y me dio un beso. Me rozó los labios. Y lo único que sentí fue una cosquilla en la panza".
17.09.13
Pero no. No me dijo "te quiero". Más tarde me dijo "Qué gusto haberlo conocido" —voy descubriendo que dice cosas justo en el momento liminar antes del sueño—. Sonó una voz infantil, tierna, acorde con sus ojos. Ojos pícaros, además. De todo lo que habíamos dicho esa noche, en realidad no NOS dijimos nada. Escuchaba atento sus preguntas, que extrañamente me hacían hablar un poco más de la cuenta, considerando que él era un desconocido. Tampoco sentí una cosquilla en la panza cuando finalmente nos besamos. O tal vez sí, pero no exactamente "cosquillas". Fue más bien como una especie de vacío, de aire saliendo de mi torso.
Las cosquillas las había sentido antes, cuando llegó el vino y vi en la oscuridad unos ojos brillantes —¿de zorro?— que me anunciaron que esa noche comenzaba a ser especial. No reparé en cábalas hasta el día siguiente: tres años después de “el acto que no le mencionaré, señor…”.
Sus ojos brillaron muy fugazmente, mientras sus labios rozaron los míos —¿o no?—. El beso se dilató tanto como pudimos. El beso efectivo, el que no decía “te quiero” ni me hacía sentir “cosquillas en la panza”. Todo lo demás coincide con ese beso antes del beso: “lo más impresionante eran sus ojos. Mis ojos, los suyos. Mis ojos en los de él. Sus ojos tenían mi cara dentro”.
Fue un beso completamente innecesario —el segundo, el beso en el que sí nos tocamos los labios—. Como las cosas inútiles: ver un atardecer, ver las estrellas, sentarse en la calle a ver pasar el día… cosas que nadie, en rigor, necesita. Ese beso no estaba allí, no aconteció para suplir nada, para llenar ningún vacío. Curiosamente no sonaban boleros…
Ese beso, sin embargo —sí, el beso que no desembocó en un “te quiero”, que no me hizo sentir cosquillas en la panza sino vacío en el dorso, que liberó el aire encerrado quién sabe desde cuándo—; ese beso antes del beso de tocar los labios confirmó lo que sus ojos ya me decían, sin el peso de una promesa futura: el café de la tarde se puede convertir fácilmente en desayuno.

“Tal vez exista una intimidad más grande que la de dos miradas que se encuentran con firmeza y determinación, y sencillamente se niegan a apartarse”.


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